Salam aleikum, shukran y poco más. Ese era el limitadísimo manejo del árabe que teníamos cuando llegamos a comer a casa de nuestros huéspedes. Sin embargo, no hizo falta más para comunicarnos. Ella, la mujer de la casa, lo expresó todo con su comida: era una bienvenida en toda regla. Nosotras, por nuestra parte, no pudimos parar de deshacernos en halagos con gestos y palabras en cualquier idioma que se nos ocurriera ante tamaño banquete.
Pero empecemos por el principio. ¿Cómo acabamos comiendo en casa de una familia bereber? En nuestro segundo día de ruta hacia el desierto de Merzouga, pasábamos por el pueblecito de Erfoud. Nuestro guía Yassine, de Viajes Marrakech, conocía a esta familia y, por lo visto, esta era una experiencia que reservaba a aquellos viajeros que, desde su punto de vista, juzgaba abiertos y respetuosos para vivirla. Nuestra peculiar comitiva tuvo la suerte de ser elegida y, por ese motivo, allí nos encontrábamos, aparcados cerca del portal de nuestros anfitriones.

Era un edificio pequeño, de dos plantas, al que se accedía por un hueco sin puerta. Empezamos a subir y ya íbamos sintiendo los olores que nos permitían predecir que estábamos a punto de probar algo delicioso. Al llegar al segundo rellano atravesamos la cortina que hacía las veces de puerta y esperamos a que nos indicaran como proceder. Finalmente, Yassine nos dirigió hacia la salita de la casa y fuimos sentándonos de uno en uno en los sofás que había alrededor.
Nos habían anunciado que el menú consistiría en platos típicos, pero como nunca los habíamos probado. Para empezar, como aperitivo, no podían faltar una ensalada y el té con menta y sus toneladas de azúcar. Nuestro guía nos recordaba que el té solo se toma con turbante, es decir, con la espumita que le deja por encima la forma que tienen de servirlo, al más puro estilo del escanciado de sidra asturiana.

Ahí empezábamos a ser conscientes de que lo que estábamos viviendo era peculiar. El hecho de estar sentados en el comedor de esta familia marroquí, compartiendo la comida con nuestros compañeros de viaje – una encantadora pareja de argentinos, mejor conocidos durante el viaje como Papá y Mamá o Mohamed y Fátima- recordaba a domingos en familia. Hasta ese punto llega la magia de Marruecos. Pero aún no habíamos probado nada. Lo bueno estaba por llegar.
Primer plato: Pizza bereber

Ahora ya sí, daba comienzo el festín, con la pizza como protagonista. Pero vaya pizza. A primera vista parecía una empanada muy llena de cosas y con un color demasiado amarillo. Sin embargo, al primer bocado te hacía traducir el olor de los zocos marroquíes a través de las papilas gustativas. No sé si sería el pan horneado de forma casera, la mezcla de especias o todo lo anterior combinado con el amor que esa mujer le había puesto, pero cada bocado sabía a gloria bendita.
Segundo plato: Couscous

A continuación, después de tantos trozos de pizza bereber como pudimos comer, nos sirvieron un plato de couscous que habría podido alimentar a 8 familias numerosas. Obviamente y muy a nuestro pesar, no pudimos más que probarlo, pero mereció la pena llegar al límite de nuestros estómagos con estos manjares.
Un detalle importante a tener en cuenta es que nuestro viaje cayó en pleno Ramadán. ¿Qué implicaba esto? Entre otras cosas que la encantadora mujer que había cocinado para nosotros y su familia no podrían probar esas delicias hasta varias horas más tarde. Al menos nos consolaba saber que, a pesar de no haber podido compartirla en la misma mesa, la cocinera podría aprovechar su esfuerzo algo más tarde.
Conociendo aseos del mundo
Si en Japón ya me habían llamado la atención los diferentes urinarios que había por el país, Marruecos tampoco se quedó corto. Tuvo que ser muy curioso ver nuestra reacción al conocer el que, según nuestro guía Yassine, era el baño «típico marroquí».
Como es normal, después de tanto té, la necesidad de ir al aseo se volvía imperiosa y, uno a uno fuimos visitándolo todos los presentes. Aunque la primera visitante ya lo avisó, todos los que la seguimos, sin excepción, volvimos con un gesto a medio camino entre la confusión y la sorpresa.
Lo único que diré es que la distribución del baño era peculiar. En un espacio muy reducido encuentras todas las herramientas para satisfacer cualquier necesidad y no a todos nos resulta fácil de interpretar. Hay un grifo, un cubo, un agujero y una botella atada a una cuerda. A partir de ahí dejad volar vuestra imaginación.
Aunque la solución a este enigma es una sorpresa que prefiero reservar para aquellos que tengáis la suerte de visitar una casa típica de allí, sí que os daré un consejo: antes de actuar intentad buscarle la lógica, y no al revés.
شُكراً shukran
Finalmente, después de un enorme bol de fruta, debíamos continuar nuestra ruta hacia el desierto, así que nos dispusimos a partir. Esta familia bereber nos había abierto las puertas de su casa y la sonriente anfitriona nos había llenado el estómago de manjares que saben más al amor que llevan puesto que a sus especias. La comida de nuestras madres y abuelas en la versión adaptada al norte de África, en su región más occidental.
La conclusión de todo el grupo al abandonar la casa fue unánime. Suponíamos haber pagado de sobra para cubrir los gastos, pero la experiencia que nos habían hecho vivir en sí no tenía precio.