Cuenca, España – Los rápeles del Barranco de la Dehesa

Barranquismo: Deporte de aventura consistente en descender por los barrancos del curso de un río salvando los diversos obstáculos naturales.

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Nunca en mi vida me había planteado la posibilidad de descender por el cauce de un río, sirviéndome únicamente de mi propio cuerpo, y llegar al final, satisfecha y sin un rasguño. Esta actividad, también conocida como barranquismo, pasó de ser un reto imposible a una motivadora prueba de superación, en solo 4 horas. Y es que, aparte de que no pensaba tener el valor necesario para hacerlo, nunca creí que el resultado fuera tan gratificante.

La sensación que te proporciona este deporte de aventura es única: el barranquismo te permite sentirte gota de agua en el cauce de un río. Con tu cuerpo como única herramienta, sigues el curso fluvial natural, recorriendo todos los accidentes y reconociendo todos los recovecos de ese río. Haces trabajar cuerpo y mente con el fin de salvar esos obstáculos de la forma más adecuada y menos peligrosa. Y es que ¿quién me iba a decir que bajaría 20 metros colgada de una cuerda y con agua cayendo sobre mí? Como digo, la experiencia es indescriptible.

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Primer contacto con el Barranco de la Dehesa

En nuestro caso, el barranco escogido fue el de la Dehesa, cerca de la localidad de Poyatos, en la Serranía de Cuenca, a mediados de junio. El recorrido es de unos 4 kilómetros, desde el punto donde pudimos aparcar el coche. Podéis verlo en este enlace de Wikiloc.

Hacerlo por estas fechas y las características propias del entorno lo convirtieron en un lugar perfecto para no iniciados, como yo. Aun así, la mejor época para el descenso de barrancos, según nos informaron, suele ser la primavera o el otoño, ya que los ríos llevan algo más de agua y el calor no es muy agobiante.

Además, como punto positivo para nuestra experiencia, tenemos que mencionar las habilidades de nuestro guía, Rodrigo, de la empresa Geaventura. Este profesional, con más de 20 años de experiencia en este deporte, transmitía una seguridad y una confianza indispensables en momentos como ese.

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Con nuestro guía, en el puente romano que marca el final del recorrido

Este barranco tiene una característica estupenda y es que la forma de avanzar por él es sumamente progresiva. La dificultad y la técnica se va complicando a medida que avanzas, pero también lo hace tu confianza. Al principio, te enfrentas a varios rápeles de pocos metros, con lo que comienzas a hacerte una idea de lo que va a significar estar colgado de una cuerda y bajar por la cascada de un río.

Nos encontrábamos con pequeños saltos, que podían convertirse en «destrepes» (bajar lentamente, con la cuerda atada por seguridad). El cañón del río era sumamente estrecho, generando pequeñas pozas de poca profundidad con paredes que se elevaban hasta unos 6 metros de altura. Lo que más impresiona en esos momentos es la certeza de que, de no ser de esa forma, sería imposible contemplar ese paisaje.

Un poco más adelante, tras un rapel de 12 metros, el recorrido se ensancha. Este descenso tiene algo más de dificultad, ya que normalmente el agua cae sobre ti durante la bajada. Continuamos y, al poco rato, nos enfrentamos a un barranco de 20 metros de altura.

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Descenso en rapel de 12 metros

Empecé el recorrido muy preocupada por ese barranco en particular, para ser sincera. Sin embargo, para cuando llegó el momento de descender esos 20 metros, ya estaba tan curada de espanto, que lo afronté con emoción. Es más, se me hizo corto y, al bajar, quería más.

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Descenso en rapel de 20 metros

A partir de ahí el recorrido se hizo más sencillo: podíamos ir por la orilla del río en muchas ocasiones y ya nada requería tanta técnica como en las partes anteriores. Hicimos un salto opcional desde algo más de altura que los anteriores (3 metros, aproximadamente) y, para acabar, tuvimos un nuevo destrepe por la pared de una pequeña presa en desuso.

Nada más terminar el recorrido, Rodrigo nos dijo una frase que, si llega a decir 4 horas antes, hubiera cambiado muchas cosas: «Nunca lo digo para que no entre el pánico, pero una vez que bajamos el primer rapel, la única salida es hacia delante». No era tan difícil de deducir, pero la contundencia de esa frase podría haber provocado que, como mínimo, no disfrutara igual del recorrido.

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Ahora, por el contrario, ese barranco de la Dehesa me hizo entender lo especial de esta experiencia. Esos paisajes solo se pueden percibir y apreciar desde dentro, y más aún cuando recorrerlos supone esfuerzo y concentración. No todos los días se baja un río como una gota de agua y, como podéis imaginar, la sensación es inigualable.

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Eso sí, un último detalle, que nuestro guía comentó a lo largo del recorrido: aunque no sea un deporte invasivo para la naturaleza que nos rodeaba, no se deja de hacer mella en el entorno. Nuestro simple paso por esas aguas las revuelve, las ensucia y afecta a la vegetación y fauna existentes. Por lo tanto, deberemos ser muy respetuosos con aquello que nos rodea y disfrutarlo, causando el menor impacto posible. A todos nos gustaría poder volver a recorrerlas durante muchos, muchos años.

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