Amplísimos campos verdes, húmedos y rodeados de altos árboles que se estiran hasta intentar tocar el cielo. Sin embargo, los árboles no llegan y es que las montañas que se perfilan al fondo ponen demasiado alto el listón, rozando las nubes con sus cimas cubiertas de nieve. Hasta hace un año todo en lo que yo pensaba cuando alguien mencionaba el Tirol austríaco era en las bucólicas imágenes que veía en Heidi de pequeña. Ahora ya puedo decir que entiendo por qué la pobre niña soñaba con sus montañas.

Hace exactamente un año, durante mi estancia como Au Pair en Mulhouse (Francia), la familia de acogida me planteó la opción de acompañarlos en sus vacaciones a Obsteig, al oeste de Austria, y acepté. De esta forma viví una doble experiencia: la de viajar a un país que no conocía hasta ese momento y la de hacerlo acompañada por una familia con niños.
Empezando por lo primero, tengo que decir que el viaje mereció la pena por descubrir una zona como esta. Las montañas tirolesas son una estampa de postal que no decepciona. Se respira naturaleza por los cuatro costados: hierba, rocío, pinos, tierra mojada, nieve que cruje.
Mi viaje por el Tirol me llevó a conocer los pueblecitos de Obsteig y Mieming, así como la capital de esta región austríaca, Innsbruck. Yendo en febrero el tiempo varía y puedes levantarte, abrir la ventana y descubrir un paisaje nevado con un sol espléndido o, por el contrario, toparte con una densa niebla que no te deja percibir ni las montañas más cercanas.

Nosotros tuvimos suerte y la mayor parte de los días amanecimos con nieve y sol, lo que nos permitió llevar a cabo actividades típicas de la época invernal, como el ascenso a la montaña Grünberg con raquetas de nieve o el descenso en trineo tradicional por el tobogán natural de Lehnberg, de 3,4 kilómetros de longitud.
La verdad es que la familia lo tenía bien organizado: decidieron apuntar a los niños a un curso de esquí por las mañanas que les mantenía ocupados mientras nosotros hacíamos algunas de las excursiones propuestas en el hotel. Luego, en el mismo hotel, los niños tenían una serie de actividades en la sala de juegos que permitía a los padres (y a la Au Pair!) varios momentos de descanso. Todas las comidas estaban incluidas así que tenían todas las comodidades aseguradas. Era la primera vez en mi vida que hacía un viaje de este tipo: a gastos pagados, con todo incluido y buscando la tranquilidad. Y, aunque descubrí que de momento no es mi tipo de viaje, entendí que para padres e hijos quizá no sea una mala opción.

Volviendo a las actividades de nuestra semana por el Tirol, como ya he dicho, la familia buscaba el relax, por lo que no nos movimos demasiado, pero hubo 4 momentos destacables en el viaje:
- Subida a la montaña Grünberg con raquetas de nieve. Esta era una de las actividades propuestas por el hotel, que puso a dos veteranas al frente de nuestro internacional grupo para realizar la subida a la montaña Grünberg. Primero procedimos a escoger unas raquetas adecuadas a nuestra talla de pie y las aseguramos con ayuda de las dos expertas. Una vez hecho esto, empezamos a subir. La primera cuesta ya era descomunal y a medida que íbamos ganando altura, el frío empeoraba y las vistas mejoraban. En algunos tramos la niebla no nos permitía ver lo que rodeaba la montaña, pero siempre podíamos apreciar nuestras vistas más inmediatas: caminos creados entre el bosque nevado y con el sonido rítmico de las pisadas en la nieve del grupo. La excursión duró unas cuatro horas y, aunque requería de un elevado esfuerzo físico, la experiencia y las vistas merecían la pena, como podréis comprobar en las imágenes.

- Descenso en trineo tradicional por el tobogán natural de Lehnberg. De la misma forma en que las laderas de las montañas nevadas generan pistas deslizantes perfectas para el esquí, los senderos montañosos se convierten en auténticos toboganes cuando el frío hace su aparición. Este era el caso del llamado tobogán natural de Lehnberg, cercano también a la población de Obsteig. Para la subida de este empinado camino estuvimos 1 hora y media andando, tras lo que decidimos recuperar fuerzas en la taberna que se encuentra en lo alto de la ruta. Allí mismo, tras calentar el cuerpo con una bebida y descansar un poco, podíamos coger prestado uno de los tradicionales trineos individuales que nos permitirían deslizarnos colina abajo. La bajada dura entre 10 y 15 minutos dependiendo de la velocidad y la sensación es incomparable. Una vez perdemos el miedo inicial y nos dejamos caer montaña abajo, sintiendo el frío en la cara y viendo paisajes como el que ilustraba en estas fotos de Instagram, la sensación de libertad es inigualable. Eso sí, el hielo del camino puede llegar a resbalar mucho, así que atención a las zonas estrechas y a las curvas.
- Visita exprés a Innsbruck. Como bien digo, la visita fue exprés. Realizamos un corto recorrido por esta capital de los deportes de invierno y subsede de la Eurocopa de fútbol en 2008 y, a pesar de no pasar más que una tarde allí, ya nos quedó claro su carácter único e intransferible. La ciudad está repleta de fachadas de colores, que de una forma u otra quedan superpuestas a las vistas de las montañas nevadas que la rodean. Resultado: mires donde mires, Innsbruck te maravilla.
- Apfelstrudel. Creo que aquí poco más hay que añadir a lo que podéis observar en las imágenes. Este postre de manzana y canela típico de Austria y de la región sur de Alemania está doblemente delicioso cuando se prueba en su lugar de origen. Y es que si a este frío y encantador entorno de postal, le sumas un apfelstrudel con vainilla caliente, apaga y vámonos. No querrás salir nunca de este rinconcito de Austria.
Así pues, este viaje con doble experiencia resultó peculiar, pero mereció la pena. Como digo, el estilo de viaje tan pausado de momento no va conmigo, pero gracias a esta familia francesa descubrí un nuevo país y esta nueva experiencia. Y además ahora ya puedo entender perfectamente por qué la pequeña Heidi estaba tan enamorada de sus montañas.
WOW! La verdad sólo conocía Innsbruck de oídas por la Eurocopa (si no recuerdo mal) y tampoco es que me llamara la atención, pero con estas fotos y la entrada me has creado curiosidad de conocer toda la zona!!!
Y vaya pinta el apfelstrudel!!!! Ñam ñam
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Hola Tatiana! La verdad es que sí, Innsbruck es una joya oculta entre todas esas montañas y a mi me sorprendió muy gratamente. Si tienes oportunidad, ve a visitar la zona y, si es posible, hazlo en invierno 🙂
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