Nuestro viaje a Tenerife, a finales de 2014, empezó de una forma un tanto peculiar. El día de nuestra llegada, a causa de un temporal, el aterrizaje tuvo que ser pospuesto y finalmente trasladado al aeropuerto del sur, debido a los fuertes vientos. Esto además provocó que, durante nuestra estancia, algunos de los pueblos que visitamos estuvieran medio inundados – como Garachico-, y algunas zonas totalmente inaccesibles – como la Masca-. Así pues, tras una accidentada llegada a la isla, en nuestro segundo día en Tenerife decidimos no dejar decaer los ánimos y planeamos una ruta turística que dejara las playas para más adelante. Por ese motivo nos dispusimos a recorrer los pueblos de la costa norte de la isla hacia el oeste.
Nuestra primera parada fue Icod de los Vinos y la verdad es que no podía haber una forma mejor de recuperar la esperanza de poder disfrutar de la isla. Fue llegar y besar el santo, y nunca mejor dicho. El fin de semana que fuimos (finales de noviembre -principios de diciembre), justo era la celebración de San Andrés, lo que implicaba varias cosas en la isla. En primer lugar, era el momento de apertura de los “guachinches”, casas-bodega con menú propio, de los que ya hablaremos en profundidad. En segundo lugar ese fin de semana coincidía con la celebración de las Tablas de San Andrés.
Nada más aparcar el coche al llegar a Icod de los Vinos, empezamos a andar hacia el Drago Milenario, un enorme y centenario drago situado en el pueblo, pero nos detuvimos antes de llegar a nuestro destino, al ver una acumulación de gente en una de las calles que bajaban hasta la playa. Se oía un ruido continuo, como de metal rozando el asfalto y, al aproximarnos vimos que nuestra impresión no era errónea. Gran cantidad de chavales y algún que otro adulto, se colocaban encima de una tabla y, al aviso de un silbato, se dejaban caer por la empinada calle mojada que teníamos delante.
Las Tablas de San Andrés reciben este nombre únicamente por la fecha en la que se celebra la festividad, pero su origen no es religioso. Según nos contaron allí, la tradición dice que unos madereros que se encontraban trabajando en la zona de arriba de las montañas que rodean el pueblo, se emborracharon una noche y cogieron tablas de tea de las que habían estado cortando y se lanzaron montaña abajo, hasta llegar a la playa de San Marcos. Las tablas de tea, al estar mojadas deslizan mucho, según nos dijeron, pero no sabemos hasta qué punto ese detalle puede confirmar la veracidad de esta historia.
Indagando algo más a la vuelta del viaje, a través de Internet, descubrí que la historia que nos contaron debe ser una de tantas versiones. En la página web de Las Tablas del 30 de noviembre, como también las llaman, se puede comprobar que la historia mantiene que los bodegueros querían limpiar sus barriles con agua de mar antes de insertarles el preciado jugo de uva. Por ese motivo, para bajarlos desde las bodegas situadas en la zona montañosa de Icod de los Vinos, una localidad con tremendos desniveles, colocaban los barriles sobre tablas de madera para evitarles los golpes que recibirían en su bajada. Con el tiempo probablemente algunos valientes empezaron a acompañar a los toneles en su descenso y así surgió la tradición.
Aun así, sea cierta o no, esta costumbre se ha mantenido intacta a lo largo del tiempo, y se celebra el 29 y 30 de noviembre, año tras año. Ahora las tablas llevan además una placa de fibra debajo para deslizar mejor y únicamente se tiran calle abajo, colocando una montaña de neumáticos al final para frenar la bajada. Los valientes que se atreven a hacer el descenso van bien equipados para evitar quemaduras por la velocidad que llega a alcanzar la tabla: todos llevan unos guantes gruesos con los que tocan el asfalto durante la bajada para controlar la dirección.
Aunque las nuevas generaciones se están uniendo con ganas a la tradición, aún se ve a los más veteranos bajando por las diferentes calles en cuesta del pueblo. Las calles elegidas tienen una característica en común: sus pendientes. Aun así, existen diferentes modalidades, según el nivel. La calle de Los Franceses era, según nos dijeron, la de los niños pequeños, con poca pendiente y un recorrido corto. La calle Hércules es algo más larga y empinada, por lo que es usada por los niños algo más mayores y jóvenes o adultos. Aún así en este mapa que dejo a continuación podréis ver todas las posibles ubicaciones, recogidas por la página oficial de la festividad.
La fotógrafa fue mi compañera de viaje y hermana, a la que le debo tanto las imágenes como esta primera visita a las Islas Canarias 🙂