Las 5 de la tarde, hora de comenzar el desfile. Frescas y en orden, una detrás de la otra, ellas viajan sobre la pasarela a la vista de todos. Las observan. Cada uno tiene su favorita, pero hay que mantener la cara de póquer para no dejarse conquistar antes de tiempo. Eso les podría costar más caro de lo deseado. Al final han de decidirse, y el más valiente o el más apresurado, es el que las acaba pescando, por segunda vez en el día.
Gamba roja, calamar, pota, doradas, sepia, langostino y gamba blanca son algunas de las capturas del día que los pescadores de la localidad alicantina de Calpe venden en la Lonja del Pescado. Este evento, tan común en los pueblos marineros, es cita obligatoria en este puerto a la sombra del Peñón de Ifach. De lunes a viernes, los barcos pesqueros atracan en el puerto y proceden a la descarga de la mercadería, que inmediatamente, tras su correspondiente etiquetado, pasa a la cinta que las pondrá a la vista de los comerciantes de la zona. De estar a merced de las aguas estas especies pasan a estar a merced de las pujas de los asistentes.
El sistema se ha modernizado y, donde antiguamente era costumbre escuchar un griterío constante, ahora reina el silencio. Los compradores asisten a la puja con un mando desde el que el reparto de mercaderías se produce de forma más justa y correspondiente con el orden en que se realizan las ofertas.
El espectáculo suele comenzar sobre las 17.00, y se alarga por más de dos horas en muchas ocasiones. El desfile de las cajas es transmitido en tiempo real por unas cámaras superiores que permiten una mejor visualización del producto desde la distancia. A primera vista, para el visitante inexperto, el elegante proceso en que se ha convertido esta subasta de pescado se convierte en un enigma por la velocidad del mismo. En las pantallas se identifica la mercancía, el proveedor y el precio inicial, que empieza a bajar de forma más rápida que paulatina. En cierto momento se escucha un pitido, se para el precio y la caja avanza. Alguno de los mandos ha sido apretado y en poco tiempo ese pescado será cargado en el camión de su comprador. El proceso se desarrolla a través de una subasta inversa, lo que quiere decir que el precio de inicio es el más alto y, desde ahí, va bajando hasta que alguno de los compradores se decide.
Durante dos horas la escena se repite en bucle. Los visitantes pueden acceder al recinto desde un balcón que rodea la sala desde arriba, pero siempre manteniendo la distancia con respecto a la zona de pujas. Eso sí, cuesta entender lo que está pasando ahí abajo, al no escuchar el tradicional griterío de los mercados y, en lo que un ojo ajeno descifra el procedimiento, la subasta llega a su fin. Y, por supuesto, todo el pescado está vendido.
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