Con la promesa de “365 días de sol al año”, en diciembre de 2014, mi hermana y yo nos decidimos a viajar a Tenerife, con el principal objetivo de tener nuestra primera experiencia de submarinismo. Por lo tanto, a pesar de hospedarnos durante esos días en la parte norte de la isla, no podía faltar nuestra excursión al sur, para conocer los fondos marinos canarios. Nuestro plan del último día fue entonces acudir a nuestra cita en Sa Caleta Dive Center, en la playa de Los Cristianos, por lo que cogimos el coche y partimos hacia tierras más cálidas.
Nuestras opciones para llegar al sur desde Puerto de Santa Cruz eran, o bien una carretera que transcurría por la zona de la Masca o la autovía que rodeaba toda la isla, pasando por Santa Cruz de Tenerife. Para la ida, escogimos la primera opción, pensando que el camino sería más corto, y con la idea de hacer alguna parada por el camino. Al final, en cuanto a tiempo, el camino resultó parecido al de vuelta, que lo hicimos por el otro lado, rodeando totalmente la isla por autovía.
La vía que escogimos para llegar atravesaba, por sinuosas carreteras de montaña, una zona conocida como la Masca. Esta área nos quedó pendiente para una próxima visita ya que, debido a un temporal que hubo durante esos días, la zona no era visitable. Una lástima porque habíamos oído que era una zona preciosa.
Tuvimos que saltarnos por lo tanto la parada en la zona de la Masca, pero sí que conseguimos disfrutar de los Gigantes, desde Santiago del Teide. La verdad es que este conjunto rocoso hace honor a su nombre. Estos acantilados, de entre 300 y 600 metros, que se alzan sobre las aguas atlánticas que bañan la costa tinerfeña impresionan al primer vistazo. Nosotras no tuvimos la oportunidad de bajar a contemplarlos a la Playa de los Gigantes (el buceo nos esperaba!), pero conseguimos verlos desde varios puntos del pueblecito costero de Santiago del Teide y la perspectiva sigue siendo impresionante.

Finalmente, hacia el mediodía, llegamos a Los Cristianos y nos dirigimos al centro de buceo. A nuestra llegada, lo primero fue la firma de unos papeles que informan de las medidas de seguridad y contracepciones para la práctica de buceo. Tras comprobar que éramos aptas, empezamos la formación. Explicación de los signos bajo el agua, compensación de la presión en los oídos, el material que llevaríamos y demás. Podría extenderme más en esta parte, pero prefiero curarme en salud y que, en caso de que vayáis a bucear, preguntéis todas estas cosas a un profesional. Lo que sí puede ser útil que sepáis es que bajo el agua levantar el pulgar indica que quieres subir a la superficie, así que si solo quieres decir que te encuentras bien, tienes que hacer el símbolo de ok, juntando los dedos índice y pulgar en un círculo.

Una vez explicado todo, nos enfundamos los trajes de buzo y nos dirigimos a la playa. De la experiencia en sí hubo unas cuantas cosas que me sorprendieron.
En primer lugar, la botella de oxígeno pesaba como 15 kilos y el cinturón de plomos que te ponen para que te hundas, otros 8 kilos más. Nosotras accedimos al mar desde la playa, recorriendo la arena con todo el equipo puesto. En total, 23 kilos que tienes que cargar andando hasta que te metes en el agua y empiezas a flotar. Resultado: os seguiréis acordando de la experiencia unos días después y os llevaréis a casa unos cuantos moratones de recuerdo.
Como nosotras nunca habíamos buceado antes, lo que hicimos fue un bautismo de buceo. Esta experiencia asegura la presencia de un monitor, que será el que controlara los niveles de oxígeno y el que marque las pautas de descenso bajo el agua y el camino a seguir. La verdad es que tener al lado a un profesional, bajo el agua, tranquiliza bastante, y más cuando empiezas a ver que la superficie va quedando más y más lejos.
Los cambios de presión bajo el agua se notan enseguida, por lo que aconsejo ir compensando cada poco que bajéis, de la forma en que os explique el monitor (a nosotras fue tapándonos la nariz e intentando soltar aire de golpe por ella). Cuando estábamos a dos metros bajo el agua, a mí me empezaron a doler los oídos y la buceadora que nos acompañaba me puso en pie y me ayudó a solucionarlo. Por eso, si os pasa, no dudéis en comunicárselo al experto y no os agobiéis. Pensad que a ellos les habrá pasado cientos de veces.



Estar debajo del agua tanto rato no es alucinante. ES MÁS QUE ESO. Aunque cuesta hacerse al equipo que tienes que llevar y no nadas tan cómodo como se podría, estar casi una hora buceando, oyendo solo el movimiento del agua y viendo a los peces deslizarse, es una experiencia única. Por eso, cuando pasen los primeros minutos de agobio y ya estéis más tranquilos, dejaos llevar y disfrutad de lo que veis, porque no es algo que se vea todos los días.